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Ya estamos otra vez: apenas unos días después de que oficialmente haya terminado la estación estival, y ya parece que empieza a hacer frío. ¿Soy yo, o también esas canciones henchidas de soleado optimismo han dado paso a los gélidos himnos del otoño?

El entumecimiento no debería ser excusa: estoy repitiéndome mucho últimamente, lo sé. Los lectores más avispados  andarán con la mosca detrás de la oreja… el otro día, reincidía con los Summer Camp, a propósito del paso adelante que parecen haber dado con la publicación de su segundo largo. Y ahora, he aquí que si uno atiende al titular,  vuelven los Blouse a aterrizar por estas páginas, apenas unos meses después de que nos dejáramos caer en la somnolienta «No Shelter» con la que el grupo de Portland avanzaba la edición de «Imperium«.  Pues creedme, la reincidencia está más que justificada: aquella canción era una chulada; «Eyesite» es aún mejor. No, no es suficiente con decirlo así: «Eyesite» es una pasada. Ahora sí.

«Imperium» es el segundo disco después del debut homónimo de Blouse, una ex-banda de synth-pop de cualidades flotantes que en su momento pudo engrosar ese pelotón (los primeros Still Corners también andarían por ahí) medio chillwave, medio seguidores de Broadcast. Lo de «ex-banda de synth-pop» no quiere decir que el proyecto se haya terminado, ni mucho menos: el futuro se les presenta brillante como a pocos. No, el prefijo tiene más que ver con el hecho de que han superado el temible obstáculo del segundo disco olvidándose de sintetizadores, programaciones, y, como ellos mismos dicen, «cosas que se enchufan a la pared», y afilando en cambio las guitarras: menudo cambiazo, y es a mejor. El sonido es igual de planeador, pero la filiación shoegaze es clara, dando pleno sentido a la publicación del album en un sello tan dado al género como es Captured Tracks (casa de otros primeras filas del dream-pop  como Wild Nothing, Diiv o Beach Fossils, no lo olvidemos). Adiós, por tanto, sonidos sintéticos, y sed muy bienvenidas las guitarras nubladas y las melodías desenfocadas para escuchar con los ojos entreabiertos.

Ahí van unas cuantas razones para los descreídos, y todas están en este disco (si a alguno le interesa hurgar en el prometedor pasado del grupo, que se vaya directamente a «Into Black«): la pista titular, con la que además se abre el disco;  el particular tono sepia de «Capote«, o una «1.000 Years» en la que el espíritu de Trish Keenan parece apoderarse del antestesiado fraseo de Charlie Hilton. Oh, sí: la sola referencia a la malograda vocalista de Broadcast debería ser una garantía más que suficiente para sumergir la cabeza en el indie-rock conservado en formol del trío de Portland.

«Eyesite» deja las cosas claras desde el principio: no va a inventar nada nuevo, pero desde el segundo uno ya sabes que esta va a ser una de esas deliciosas canciones que parecen provenir desde el mismísimo más allá. En cuanto entran las guitarras, un ritmo marcial (casi iba a escribir mecánico) se apodera del tema, y las melodías emborronadas por el reverb dibujan signos misteriosos en el aire: caligrafía antigua, rituales secretos, estremecimiento que tiene tanto de placentero como de perturbador. Hay algo, definitivamente, espectral en este tema: algo tan gélido como fascinante que me impele a pulsar una y otra vez el botón de reproducción, algo que sólo me ocurre a veces, escuchando una canción de The Cure, o (una vez más) «HaHa Sound«.

Otoño, ya. Se está levantando el aire, los poros de la piel se cierran al sentir el contacto frío de las primeras -diminutas- gotas de lluvia: hay una luz hermosa en el cielo encapotado sobre nuestras cabezas, hay un viento que es blanco. But I’m so good at seeing you… Presagios de tormenta sobre un estanque helado.

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