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«The End«: así empieza (digo bien: empieza) el que es el segundo disco de los londinenses Summer Camp. Y sí, ya sé que habiendo tantas canciones fantásticas en el mundo a las que prestar atención, resulta un poco raro que, tan sólo dos meses después de dedicar un post a la música del matrimonio formado por Elizabeth Sankey y Jeremy Warmsley (la deliciosa «Fresh«) , reincida ahora con otro de los temas contenidos en «Summer Camp«, el disco. En realidad, tampoco he tenido elección: casi sin darme cuenta, me descubro aquí sentado con la intención de glosar las bondades de «Two Chords«, y supongo que mucho tiene que ver en ello esa satisfacción que se deriva de descubrir, una vez publicado el disco, que la canción que le sirvió de tarjeta de presentación no es ni mucho menos la única que has acabado escuchando de forma compulsiva.

Tengo que decirlo ya: el nuevo disco de Summer Camp muestra una clara evolución respecto a «Welcome To Condale«. Si se me permite el chiste idiota, diría que en este segundo largo se muestran menos «Camp», sin perder por ello un ápice de «Summer». No, en realidad no es un chiste: si acaso una forma, no demasiado rebuscada, de decir que  las referencias a ese particular universo con el que les descubrimos (la adolescencia según John Hughes, videojuegos a lo «Out Run»,  grandes éxitos del VHS) siguen intuyéndose, pero no son tan obvias. Siguen echando el ancla en los ochenta, y su música sigue siendo ese refrescante chapuzón en la piscina en la que también, y tan bien, bucean los angelinos Kisses, pero diría que la madurez que muestran en su segundo largo, y el adiós a ese sonido de todo-a-cien, no les han sentado nada, pero nada mal.

«Two Chords» ejemplifica como pocas el salto cualitativo al que me refiero: desde luego, no tiene la pegada que podían tener la ya mencionada «Fresh«, o la anterior «Always«, pero todo lo que no tiene en inmediatez lo gana en profundidad. Son casi seis minutos que exigen algo más de paciencia, pero que recompensan con creces al oyente más exigente. La omnipresente secuencia que acentúa la hipnótica progresión del tema (¿guitarras indie sonando como marimbas?) son el asidero al que agarrarse en una propuesta más cercana al pop onírico que a los brillos flúor a los que nos tenían acostumbrados, al menos hasta ese climax final que se produce por simple superposición de las capas: ni mucho menos, lo que esperábamos de ellos, pero desde luego enormemente disfrutable.

Lo mejor es que, pese algunos altibajos, que los hay, en este segundo disco (producido por Stephen Street: no han vuelto a repetir con el pulp Steve Mackey) hay bastantes temas que decantan el balance hacia el notable: «Crazy» o «Keep Falling» deberían contarse entre ellos. En su tramo final,«Night Drive» intenta arrimar cebolleta a ese synth-pop-para-conducir que empieza a constituir un género en sí mismo, y del que tantos réditos han sacado Chromatics. Summer Camp se quedan a medias en el intento: mejor les va en la siguiente «Pink Summer«, algo así como contemplar la puesta de sol desde un Ferrari Testarossa lanzado como una flecha sobre la piel tersa de la autopista, mientras la cámara alza el vuelo y nuestro coche se va haciendo cada vez más y más pequeño, ahora cruzando el enorme puente metálico, poco después apenas sólo un punto rojo sobre el asfalto gris. It’s not how much you love, it’s how much you are loved. Fundido en negro. Ahora sí: fin.

2 pensamientos en “Two Chords – Summer Camp

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