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Hay un momento increíble en «The Other Black Dog» (1:32) en el que me siento literalmente transportado, arrancado de cuajo del lugar en el que estaba. Mis pies ya no tocan el suelo, mi cuerpo está siendo sacudido en mil y una direcciones por el ritmo huracanado de Genesis Owusu, y resulta mucho más gratificante la experiencia de dejarse llevar por esa energía, liberada de forma súbita, que la de tratar de recuperar el equilibrio.

Qué maravillosa burrada: en algún lugar inédito entre la locura de Death Grips, los sintetizadores de The Weeknd y la intuición de unos Outkast en plena forma, la canción suena como algo que no hemos escuchado nunca antes, un rotundo ejercicio de libertad que tritura los límites entre géneros (todo el disco es en realidad un enorme crisol en el que caben hip-hop, funk, soul, r’n’b y el pop sintético) y apela a nuestra pulsiones más primarias. El espíritu del punk, el latido electrónico, el fraseo del rap: todo a la vez. Tan simple que parece mentira que nadie se le haya ocurrido hacerlo antes, tan efectivo que sólo cabe la sumisión a los beats; Owusu se ríe con sus dientes dorados de sus propios demonios internos, al tiempo que parece extender su dedo corazón hacia todos aquellos que (todavía) no se han cansado de repetir que en música está ya todo inventado.

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