Por lo visto, no fue fácil: según ha reconocido la propia banda en las entrevistas promocionales que han concedido este año a propósito de «II«, hubo diferencias creativas en el estudio, lo cual no resulta, en el fondo, demasiado sorprendente. A fin de cuentas, el tira y afloja entre techno y melancolía balsámica ya se traslucía en aquel primer disco de debut, confomando algo parecido a un juego de cadavre exquis en el que los alemanes Modeselektor ponían la contundencia del 4×4 a piñón, y el también teutón Sascha Ring la sensibilidad vocal. Era aquel un disco raro, diría que imperfecto precisamente en esa indefinición, y que sin embargo contenía canciones tan brillantes (estoy pensando en «Rusty Nails«, claro, pero también en «A New Error«) que el balance era altamente satisfactorio.
En este 2013 a punto de empezar a esprintar, hemos tenido continuación de aquel primer álbum: mismos autores, mismo responsable de la poderosa ilustración de portada, y en lo musical, resultado ligeramente inferior. En palabras del propio Apparat: “cada uno tenía su propia mierda de la que ocuparse”, y viendo las fotos de promoción, uno diría que el chico no se estaba refiriendo sólo a su pelo -sin duda alguna, el más costroso y grasiento que un servidor recuerde en el panorama musical contemporáneo- sino también a la difícil tarea de ponerse de acuerdo con sus compañeros de grupo respecto a qué dirección dar a su segundo álbum. En el intermedio entre uno y otro, habían pasado algunas cosas notables que, a su manera, habrán tenido su peso en el resultado final: Apparat compiló uno de esos cacharros llamados DJ-Kicks, firmó un disco (‘The Devil’s Walk‘) que sin estar mal del todo, no estaba a la altura del seminal «Walls«, y por último se descolgó con la banda sonora para una versión teatral de «Guerra y Paz» a la que, francamente, no hice ningún caso. Los Modeselektor tampoco se han aburrido: «Monkeytown» fue bastante bien recibido por la crítica, y sus temas a pachas con Thom Yorke les han convertido en unos tíos bastante más populares de lo que pudiera estimarse en un principio.
El caso que, vaya usted a saber por qué, este segundo disco les ha quedado un poco menos resultón en lo que se refiere a canciones, y mucho más ligado en el concepto. También es un disco más relajado que el anterior, casi diría ambiental, en el que las voces parecen haber perdido peso en favor de las atmósferas brumosas, y cercano por momentos al minimalismo de The Field. Techno chill, podríamos decir, más pensado para bailar con la cabeza que con los pies, glacial en su planteamiento, y de alguna forma, algo más oscuro.
Por una vez, y dado que lo que echo en falta son precisamente canciones, me voy a saltar el repasillo al disco y voy a ir directamente al tema que lo protagoniza de forma absoluta. Se llama «Milk» y parte el álbum en dos, no sólo en lo que se refiere a su ubicación en el ecuador de las once pistas, sino en el modo contudente con que rompe con lo escuchado hasta aquella pista. Ya me discuparéis el chiste fácil (peores cosas me habéis aguantado ya), pero «Milk» es la leche: heredero (a su manera) de la anteriormente mencionada «A New Error«, el tema dura ni más ni menos que diez minutazos, pero qué minutazos, oiga. Deudor también del «Over The Ice» que tanta fama dio a Axel Willner, y del dubstep de madrugada sublimado por Burial, se construye a través de la manipulación de los loops con una eficacia que para sí muchos quisieran: añadir capas, alterar los patrones, generar texturas. El efecto es subyugante y curiosamente invita al relax más absoluto, de tal forma que más que al baile a lo que induce es a la más dulce hipnosis a través de la contemplación de las progresiones infinitesimales entre una secuencia y su predecesora. Parecido a contemplar uno de esos vídeos en los que se muestra un macizo de flores, abriéndose a cámara super-lenta, las variaciones imperceptibles a lo largo del metraje de «Milk» exigen una pequeña dosis de paciencia, sí, pero creedme si os digo que la hermosa experiencia bien vale la pena.