Cuidado, que llegan Yvette. Esconded a los niños, bajad las persianas, echad el cerrojo: lo que llega es post-punk abrasivo que fascinará a los seguidores de Wire, y horrorizará a los demás; lo que viene es una sádica descarga de terrible e hipnotizante ruido.
Yvette son un dúo originario de Brooklyn compuesto por Noah Kardos-Fein y Rick Daniel. Aparecieron hará cosa de unos tres años (creo que lo primero que sacaron fue un siete pulgadas llamado «Vibration» que podéis escuchar aquí) con un sonido cercano al noise-rock tipo Health o Liars, y acercándose a veces a las complejidades rítmicas del math-rock, que ya dejaba intuir los oscuros itinerarios por los que discurriría su música. Diría que la fórmula, con el tiempo, se ha ido perfeccionado, si admitimos perfeccionar como un concepto válido para describir el progresivo proceso de arañado, oscurecimiento, oxidado y corrosión al que han ido sometiendo a su música.
El caso es que hace tan sólo unos días (el pasado día 29 de octubre, para ser más exactos) se publicó por fin el que es el primer larga duración de la banda. Se llama «Process«, y el título no está exento de intencionalidad: lejos de procuparse por ofrecer un resultado cercano a «canciones», en el sentido pulido y acabado que damos al término, casi se diría que Kardos-Fein y Neil han recorrido el camino inverso y nos ofrecen el resultado de someter un material primigenio a todo tipo de degradaciones sonoras: lijado, picado, demolición y derribo. Cercanos por momentos en esa actitud hiper-destructiva a Throbbing Gristle (¿no había acaso algo de ellos en «Cold Sweat«?) parecen más interesados en plantarnos dentro de una fundición en pleno funcionamiento que en lanzar al mercado algo mínimamente accesible.
Todavía no he podido escuchar el disco completamente, pero pinta muy bien. Con la producción del baterista de los muy punks Mr. Dream, Nick Sylvester (que ejerce también de jefazo del sello Godmode que lo publica), de momento he tenido que conformarme con quemar las tres pistas que el dúo ha avanzado hasta el momento en su cuenta de soundcloud, y vaya tres cancionzacas:
«Pure Pleasure» es la encargada de abrir el disco, y lo hace con un tono ligeramente más ambiental que lo que viene después, cuando ambiental no quiere decir paisajes árticos o carreteras abandonadas, sino algo parecido a las vistas que tenía yo del puerto de Pasajes durante los años que viví por ahí: gigantescas pilas de chatarra bermellón, el chirrido de las vías del «topo» (así llaman los guipuzcoanos al tren de cercanías que al llegar a aquel pueblo discurre prácticamente pegado a las fachadas), y el quejido de las grúas que suplican por un merecido retiro.
«Attrition» ocupa la séptima posición en el álbum y el tema se diría poseído por una pulsión de rock & roll oxidado: ahora estoy pensando en Suicide. Hace que las canciones de Toy o The Horrors (otros expertos en eso de moverse en la oscuridad) suenen mullidas a su lado, sólo que a Yvette hay que agradecerles además un mayor esfuerzo en lo que se refiere a concisión: si los de «Dead & Gone» o la banda de Faris Badwan necesitan siete minutos para sumergirnos en sus atmósferas de pesadilla, a la pareja de neoyorquinos les basta con la mitad.
Por último, «Radiation» se apunta como la mejor de lo que llevamos escuchado hasta el momento: se añaden a la fórmula apuntes sintéticos que muestran las interesantes posibilidades de ese sonido, un lugar apasionante en el que Factoy Floor, Martin Rev y Alan Vega, Ian Curtis, John Carpenter y Wire se encuentran en una música (porque sí, esto también es música) tan agresiva como física, tan primaria como avanzada.
Pero no adelantemos acontecimientos: esperaremos a escuchar el disco, y lo dejaremos reposar antes de decidir si la maquinaria desplegada por Noah y Rick está a la altura de nuestras expectativas. Vamos a quedarnos con la que es, hasta el momento, una de mi canciones favoritas del dúo: «Scrape It Off» se publicó como cara-b de la mencionada «Radiation» cuando esta se lanzó como single de anticipo, y es una de esas barbaridades industriales de las que sólo puedo disfrutar con auriculares, porque si no, mi santa esposa me planta en el momento de patitas en la calle. (No deja de sorprenderme ese ramalazo industrial que me da a veces, conociendo mi natural inclinación por géneros más amables como el sunshine pop de los 60, el synth-pop más saltarín, y el indie más cristalino de nuestros días, pero creo que no puedo hacer mucho al respecto…). Lo de los auriculares (al volumen que esto exige) no es sólo una imposición: también es una buena idea para disfrutar completamente de la textura de la pista, una pieza que empieza insinuando un minimalismo febril a lo John Carpenter, y se va contaminando poco a poco con el vertido tóxico de un sección rítmica digna de Stephen Morris. Y luego esta esa pausa; ah, qué importante es la pausa: apenas un momento de alivio, antes de que estalle la tormenta sonora sobre nuestras cabezas. Lo que decía de los niños, las persianas y los cerrojos: poned vuestro cerebro a salvo de esta lija, antes de que sea demasiado tarde.
Aún suponiendo que será muy durete para mí entran ganas de escucharlo solo por como lo comentas. El problema, que a mí los auriculares ahora me pillan muy lejosssss.
Tu hijo tiene que estar encantado con esto.
Pues no se lo he puesto aún, pero efectivamente, sus gustos musicales son muy claros: cuanto más ruido, y más bruto todo, mejor. Criaturita: a sus cinco años ya me compensa de la cara de susto de su madre en cuanto oye un poquito de distorsión…
He he he